Carlitos era una chico simple
que había encarado una carrera
universitaria después de lidiar
con ese secundario que no
quería rendirse pero que él,
de tanto rendir materias, terminó
por vencer (o casi) por cansancio.
La cosa es que por más pública
que sea la universidad, costos
son costos… y que viaje, apuntes,
cafecito, materiales… Hubo que
buscarse un laburito, sin más.
Algo de medio tiempo, como
para poder estudiar (y vivir!)
dado que el objetivo era ser
“arquitecto” y ya hacía como
dos años y medio que no pasaba
del CBC (ciclo básico que,
normalmente, no debería tomar
más de una año). Un buen (o mal)
día vio un aviso y se mandó:
“Estudiante universitario se busca
para tareas administrativas bla bla
bla…”. Los requisitos eran mínimos,
y sus diecinueve (casi veinte)
abriles lo calificaban para casi
todo: Esa es la edad que todo
explotador pretende de un explotado
(cuando se tiene poca experiencia
es más facil que se se diga a
todo que sí). Y ahí fue Carlitos
con su CV casi vacío, pero con
todas las ganas de ser parte
del staff de Granger, Bolocks &
Hankerchiefs Inc, una empresa
de puta madre que se dedicaba
a venderle pañuelos descartables
a todas las otras empresas de
puta madre que los pagaban
fortuna con tal de no permitir
que una pequeña empresita local
se llevara el dinero que, claro,
debe siempre quedar en manos
de unos pocos “amigos” gordos.
Y lo tomaron a Carlitos. Puesto:
Cadete Raso; Sueldo: Básico +
viáticos + tickets + promesas…
Básico bah… Pero en blanco y
con aportes. La familia, chocha!
(él venía de una familia clase
media baja con ansias capitalistas).
El problema comienza cuando
llegan los del banco. Hasta entonces
Carlitos sabía para qué estaba
ahí, en La Empresa, dejándose
explotar. Era un pacto de
caballeros: Él decía a todo
que sí durante seis horas por
día, cinco veces a la semana, y
ellos le depositaban el sueldo que
le salvaba las papas para seguir
intentando ser algún día un
arquitecto y no ya un explotado.
Pero eso iba a llevar tiempo. La
manzana de la tentación llegó de
la mano de la palabra “banco”. Y
es que, justamente, el sueldo se
depositaba en una cuenta, la que
era abierta al empleado “sin cargo”
por obligaciones legales de la
empresa; pero esta “cuenta” venía
con algunos “beneficios” extra: Una
tarjeta de débito (para poder extraer
su dinero del banco, como es
obvio aunque nuevo para Carlitos),
y una “tarjeta de crédito”. Claro que
Carlitos dijo sí a todo. Qué más podía
hacer ante la palabra “gratis” o la frase
“sin costo adicional”. Ahí empezó
la debacle.
Al principio Carlitos no daba crédito
a todas esas promesas de una vida
plástica y mejor, por eso o por
falta de costumbre ni se acordaba
de que contaba con un recurso
maravilloso para gastar y gastar.
Así vivió una par de meses hasta
que su hermana le hizo
la nefasta pregunta: “Vos tenés
tarjeta de crédito, no?” Ese momento
cambiaría para siempre la vida de
Carlitos, la de su familia, la mía,
la de ustedes y diría que todo el
mismísimo universo (si adscribimos
a la teoría de que todo pequeño
cambio particular afecta al todo
en general, una teoría muy pelotuda
pero mágicamente en boga hoy
por hoy). Porque Carlitos preguntó
para qué, y la respuesta le abrió
un abanico satánico de posibilidades
que trastornarían su devenir. “Para
financiar en cuotas un celu nuevo”
fue la desgraciada respuesta de la
desgraciada de su hermana, herramienta
del Diablo para llevarse las almas
más puras para el lado corrupto
del capitalismo, de donde, como
si el Infierno, jamás se vuelve.
Ahí, en ese lapso de fraternal
traición involuntaria, de ambición
telefónica, se gestó el fin del
sueño de Carlitos y el comienzo
de la pesadilla de un hombre que
dejaba de ser un chico para,
por supuesto, sufrir (como todo
aquel que deja de ser un chico
para convertirse en un boludo
responsable). Carlitos se dio
cuenta que podía acceder a
tantas cosas como el plástico
se lo permitiera; era cuestión de
saber financiar, prorratear, liquidar,
etc… Así comenzó a acumular
gastos. Primero fue ese simple
celular (por dos había descuento
así que se compró uno para él
también, típico truco consumista
en el que todos hemos caído
alguna vez; pero cada uno
venía con una línea a cien mangos
por mes y bla bla bla). Después fue
un LCD para la compu (tanto TP,
tanto TP para la facu que la
compu se merecía un monitor
mejor, no?). Luego, el gran salto:
Una motito para ir al laburo, a
la facu y a todos lados. Un
gran ahorro en monedas (imposibles
de conseguir, alguien haga algo
al respecto, por favor!) al ya
no tener que pagar colectivos ni
esperar que alguno se digne
a pasar cuando se hacen las 12.
Más tarde, el abono para el cable,
internet banda ancha, boletos para
un fin de semana en Chascomús,
una plancha para mamá en su día
(un hijo de puta el Carlitos, podría
haberle regalado algo más lindo
y menos trabajable). Y más adelante,
unas salidas a comer mensuales,
el telo (salía con una del trabajo y
otra de la facu, dos pescados de
mar perdidos en el río que no daban
para andar mostrando… pero él
pagaba todo). Y llegó el
cochecito! (también financiado en
cuotas). Para esto Carlitos ya
tenía tres trabajos: Con una sola
tarjeta no iba a alcanzarle para
pagar todo lo que se quería comprar.
La facu, nada. Cómo estudiar con
tanto laburo! La fue dejando como
a cada uno de los pescados que
se le iban cruzando hasta que, al tiempo,
se cruzó con María Sara (una chica
buena y no tan fea que lo amaba) y con
ella formaron una familia. Todo
pagado a puro plasticazo: Desde el
ramo con el que le pidió su mano
hasta el remis que los llevó al
hospital cuando el primer parto. Sin
olvidar el taxi hasta el Registro Civil
(no se casaron por iglesia porque ahí
se paga cash… qué, no sabían
que en las iglesias siempre
cobran para casar?). Hoy, Carlitos es
el típico Hombre-Plástico: Vive por
y para las tarjetas. Nunca llega a
cubrirlas y se desvive por llegar al día
de vencimiento lo menos mal parado
posible. Las tiene de todos colores
y no hay un día que no lo llamen o no
le llegue algún resumen de las que
usa, de las que usó o de las que usará.
Es así: El capitalismo sabe cómo
hacer de un cadete un hombre
exitoso. En ese sentido, todo esta pago.
Y si no, se financia… Qué problema
hay si tenemos plástico?