25 de enero de 2010
La Ví Parada Ahí
Acababa de llegar a Sao Paulo
cuando, aun con mis maletas
en la mano, la vi. Estaba
parada en una esquina de la
rodoviaria (léase, estación de
Buses), cigarrito en boca y chistando
cuanto auto pasaba quizás
buscando algún taxi que abordar.
No llevaba por equipaje que sus
espléndidas curvas, muy muy bien
señalizadas por sobre esos
tacos como aguijones que
casi no apoyaba en el terrenal
asfalto. La morena (quien
resultó no ser brasileña sino
uruguaya, y no llamarse Xoxota
sino Edith), me cautivó con su
desdeñoso moverse, toda vez
que fracasaba en su intento por
atrapar un auto de alquiler (que,
después supe, era en realidad
cualquier auto) y gesticulaba
con verdadera inquina a quien no
le llevara el apunte. Me acerqué,
temeroso como siempre pero
seguro de poder ayudarla, y
su rostro, algo desencajado por
lo infructuoso de sus intentos,
se iluminó al verme como si
el mensaje de su sonrisa fuera
“He aquí al hombre que buscaba”.
Y así parece que fue, porque la
llevé en el auto de alquiler por
mí rentado que me esperaba allí.
Fuimos donde ella propuso, como
corresponde a un galán como
yo: Un sitio de amigos que nos
agasajarían por nuestra llegada
(ya verán que ella no llegaba de
ningún viaje). Promesas de vino
y espeto corrido más sonrisas y
Más sonrisas me perdieron y
ya no podía ni pensar en que a
mí no me gustaba el vino y menos
el espeto corrido ese. Pero ella sí
me gustaba. El auto nos llevó
hasta una zona fabril y populosa,
aunque algo desolada de la Gran
Orbe paulista, donde no había otros
vehículos en la calle que alguna
perdida bicicleta y una que otra
patrulla policial que la perseguía.
Hasta allí llegamos, no sin discutir
acaloradamente con el taxista quien
repetía que él hasta allí no llegaría
pero llegó después de hablar duramente
con ella, cosa que para mí
era difícil de entender cuando la
charla se ponía así de densa y
apurada y en portugués. Llegamos pues
frente a una puerta corrediza metálica
de enorme porte que alguien
amablemente corrió para nosotros.
Y entramos, con auto, chofer y todo,
para después bajarnos y despedir
al buen hombre quien, dejando
el auto se marchó a pie sin protestar.
Me pareció extraño y sospeché
de algún desperfecto porque no
pude entender la ironía con que
el quía se despedía de nosotros.
Claro que no tuve que aprobar
un curso acelerado de portugués
para entender, más tarde, lo que
sucedía. Por entonces lo único que
movía mis neuronas era cierta hormona
que ella sabía muy bien estimular
y que hacía que ellas (las neuronas
digo) sólo se interesaran por
recorrer, una y otra vez, aquellas
curvas tan bien pronunciadas como
discurso De candidato. Tal vez
por ello no me percaté de que
aquél hangar no era otra cosa
que un desarmadero, y que el
tal agasajo me iba a costar más
caro que organizarme una fiesta
a mí mismo en el Sao Paulo Hilton.
El hombre se acercó de inmediato
a presentarse, la mano estirada y
enunciando una frase que después
supe quería decir “dónde están
sus tarjetas de crédito”. Las barreras
que impone una lengua desconocida
nunca son más fuertes que los
besos de lengua, así que poco
me importó que el tipo hurgara en
mis bolsillos; mi mirada no podía
desprenderse de esa boca carnosa,
brillante… Y esos ojos que me
engatusaban (término impecable
para describir cualquier cosa que
de ella viniere)… Supuse, en mi
hipnosis amorosa, que esos modales
eran los propios de esta cultura que
yo venía de descubrir; a poco,
El Inquisidor se fue y quedamos solo
unos muchachones y yo, ellos
muy animados en palmearme
la espalda al tiempo de ofrecerme
de beber esos menjunjes tropicales
que siempre (siempre) tienen
un poquito de limón, casi nada de
azúcar y mucho pero mucho
alcohol del fuerte. Yo, que nunca
fui un gran bebedor, no podía
negarme a tal gesto de camaradería.
Pensé entonces en dosificar
La ingesta como para que no
se note que bebía poco pero ellos,
amables como nadie, insistían en
hacerme probar más y más…
No estoy seguro si las cosas,
después, fueron como las recuerdo
O si todo fue una sugestión
hormonal promovida por tanta
Cachasa caliente (se había
terminado el hielo hacía
rato y estos brasileros no aflojaban
Con el trago). Lo cierto es que
lo que recuerdo es a Xoxota
hincada sobre mí, desvistiéndome
salvajemente al rítmo de una
suave melodía de Milton Nascimento
(que no por ser Nascimento
Tiene algo que ver con Pelé,
como supe después). La recuerdo
ardiente, apasionada… flameante
En los vahos del alcohol como
bandera de buque de guerra
que huye luego de una escaramuza
en aguas extranjeras… Sí… Qué
pedo tenía!! Histórico, podríamos
considerar, a la luz de la breve
historia de mi vida alcohólica.
Cuando desperté, todo dolorido, la ví
(otra vez) parada ahí… Distinta,
distante… Distraída!! Contaba
un fajo de billetes que, al parece
eran míos. Me habían llevado
de gira por los cajeros
de toda la zona comercial del
Bajo Sao Paulo porque mi
tarjeta (arrancada de mis bolsillos)
Les pedía mi clave y número de
documento: “ Es así…”, les dije
Para conformarlos. “Vivimos en
culturas diferentes…” Y me fui
caminando despacio, no
porque ese fuera el final
de una película barata ni yo
el antihéroe de ocasión; mucho
menos porque así, despacio, yo
estuviera saboreando esa experiencia
de hacía un rato… Me iba despacio
porque no podía caminar del
dolor de culo: Y es que Edith no
era Xoxota ni tampoco brasilera, pero
menos que menos una mujer
cualquiera sino un singular travesti
ya entrado en años que organizó
una banda de estafadores porque
su cuerpo ya no le daba (de
comer ni de nada). Y así
ella (él!!) se vengaba
de los muchos que una vez
la abusaran sólo por ser pobre,
trasvestista, prostituta y bien
parecida… a Ronaldinho! Ahí
me acordé que ya en la viaje
yo había estado bebiendo,
única manera de conciliar
el sueño si se viaja de Montevideo
a Sao Paulo por micro
ómnibus porque uno es un
cagón que no se banca demasiado los
aviones. Así que ya al llegar
estaba algo adobado, cansado,
caliente como buen habitante
de latitudes frescas llegando al
Trópico. Y ésta (éste!!) que se
me regala… Bah, yo me lo
busqué. Y qué? Si al fin y al
cabo, con esto me hice hombre.
Porque hombre es el que prueba
Y vuelve… Y yo, bueno… Estoy
En eso. Tratando de volver,
sin un mango y averiado; pero
con la moral (casi) intacta.
Solamente la moral, claro.
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Recuerdo que a un intendente de Ezeiza le paso algo parecido...pero no le costo tanto volver porque estaba en Burzaco. Sin embargo cuando llamo a la policia para que lo regresara a su casa la noticia se propago a la velocidad de la luz...Siempre es mejor que estas cosas pasen lejos de casa :)
ResponderEliminar...sobre todo es mejor que no llames a la policia... n'est-ce pas?
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