Mi problema siempre fue
que me he tomado las cosas
muy en serio. Tan en serio
que hasta los chistes
los he tenido que evaluar antes
de saber si reírme o no. Y
Es que vengo de una familia
muy hippie, con un padre que
se la pasaba diciendo “Qué
onda, no?” todo el tiempo y
entonces aprendí que si todo
te chupa un soberano huevo,
al fin terminás teniendo la vida
de una tortilla, viste. Y
yo siempre quise para mi
vida otra cosa: nada de
flores, cero naturaleza,
poca droga y mucho, pero
mucho trabajo. Es decir,
que a mis viejos les
salí fallado, lo que por mi
parte era todo un éxito. Pero
eso mismo que me salvó de
ellos y su flower power se
convirtió un día en un
peso que me aplastaba; y
es que me di cuenta que
me quedaba afuera de un
montón de cosas. No
es que me faltaran cosas
interesantes que hacer, pero
eran siempre las cosas del
trabajo; también tenía
un montón de amigotes, pero
caí en la cuenta que eran
todos compañeros de trabajo y
que de lo único que les
hablaba yo era del trabajo y eso…
las salidas nunca faltaron, eso sí;
pero cuando íbamos al bowling
yo siempre era el que
contaba los puntos, juntaba
los pinos, secaba las bolas…
Y así cuando salíamos de bar:
Yo terminaba juntado las
copas caídas, alcanzándoles
las jarras de cerveza hasta la
barra, y si se hacía tarde, hasta
he llegado a barrer una cantina
de la Boca después de una
Despedida de Solteros. En fin,
un día una novia que tenía
me dijo que me aflojara un
poco porque yo (según ella)
siempre estaba como muy
contracturado… Me lo dijo y,
con una amplia sonrisa,
se subió al auto de un amigo
para nunca más verlos a
ninguno de los dos. Y bueno,
si así es la vida de un trabajador,
me dije como resignado.
Pero un buen día todo
cambió radicalmente: Me
encontré en la calle con
un amigo Radical que
ahora trabajaba para el gobierno
en un programa llamado
PREPUCIO, que viene a ser
el Programa Educativo Para
Urgencias Con Individuos
Ortivas… Me dijo que
ellos estaban buscando
alguien como yo para
justificar los gastos que
se morfaba ese programa.
Mucho no le entendí, pero sí
me quedó claro que me
estaba ofreciendo una salida
a mi frustración. Y entonces
acepté sin pensar; era la
primera vez que me
abismaba a hacer algo, a
encarar un cambio sin
reflexionarlo. Entregué, me
entregué, a los brazos de
mi amigo radical arrepentido
como si yo mismo reconociera
en su arrepentimiento
el mío, este de ser
lo que era (al menos
eso me dijo mi psicólogo y
yo, que querés que te diga…).
Así fue que me acerqué
hasta las dependencias del
PREPUCIO, donde me
realizaron un chequeo y
me diagnosticaron Neurosis
Ortiva en grado 8; parece
que el mío era un caso para
tratar.. Y tratar… y tratar. Y
ellos trataron nomás! Lo
primero que tuve que aceptar
fue la medicación: Un
par de porros por día que
me iban a relajar y eso me
ayudaría a dejar atrás esa
obsesión por controlar que
me terminaba poniendo
en cuatro para limpiar, juntar
las cosas caídas, lavar
la vajilla en los restaurantes
a donde iba… En fin, una
terapia no es completa si
no se la encara con seriedad.
Así que empecé a fumar
De esa porquería y, la verdad,
la cosa empezó a funcionar.
Después vino el Segundo
Paso: me cambiaron los
hábitos: empecé
a vender flores de papel
en la estación Guaymallén
del tren que va para el norte
todos los sábados y
domingos; eso, según mi
Tutor del programa, me
daría una nueva dimensión
de lo que puede ser la
vida. Me hacían
chamullar como loco porque
las florcitas esas eran
tan poca cosa que
era imposible venderlas, si
ni se veían de tan chicas las
porquerías. Y entonces
me fui animando, salí
de ese pozo en que me
enterraba solo para encarar
esa parte de mí que estaba
latente, dormida, drogada
por tanta responsabilidad, que
no es otra cosa que
una manera muy escondida
de zafar de la felicidad. Y
de tanto ser feliz vendiendo
flores de papel, me pasaron
a la Tercera Etapa: Dejé
todo, Buenos Aires misma,´
para mudarme a San Marcos,
pueblo de amigos descontracturados,
aldea de seres irresponsables
que gozan la vida sin más…
Y donde mis florcitas (las que
dan los del PREPUCIO) se
venden como pan caliente,
sobre todo cuando vienen
los turistas que, como hormigas
ciegas compran cualquier porquería
sin preguntar para qué sirve, quién
la hizo ni cuánto cuesta.
Al final, tanto odio a mis
padres me estaba haciendo mal:
ahora soy hippie como ellos, pero
peor, porque soy un hippie
mantenido por el sistema que
ellos aborrecían!
Y qué querés que te diga…
Yo me siento de diez, loco;
acá en la feria, con mis colegas…
Que onda no?, diría
mi viejo. “A la flor, florcitaaa…”
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