Eusebio Pastor Sandoval era
Cazador de diablos profesional.
Según ese sospechado título
Que supiera enarbolar en
Cuanta oportunidad tuviera, él
(Este paraguayo cara de susto con
Dotes de exorcista y mañas faranduleras)
Era el encargado de Dios de
Perseguir a los hijos de Satán. Así
Iba por la vida, encubierto como
Verdulero de barrio para dar de
Este modo Con aquellos seres endemoniados
Que como todos
sabemos suelen Tomar la forma
de amas de casa Con changuito de
mercado a Rastras. En eso estaba
Eusebio El Cazadiablos digo, vendiendo
Limones y cebollas, cuando
De entre los billetes sucios por
La tierra de las papas y unos ajos
Que hacían de monedas de vuelto (dada
La escasez permanente de ellas) vió
Asomar un papelito manuscrito que,
Como todo buen cazador de diablos Sabe,
no era otra cosa que una señal.
La señal que Eusebio esperaba.
Tres palabras y tres Números de 3
cifras cada uno. 16 letras Divididas en
2 series de 5 y una de 6, con los números
Separándolas y sólo los números, sin
Comas ni puntos ni otros signos:
“Jamón 150 Queso 100 Batata 250”
Inmediatamente, casi como poseído (es
Sabido que somos lo que hacemos y
Que los gajes de todo oficio nos
Impregnan con sus influjos maléficos)
Bajó la persiana de la verdulería, echó
Sin muchos modales ni paciencia
A las dos viejas que quedaban dentro y
Se sentó a rezar, cada vez con más
Frenesí, buscando desesperadamente
La respuesta; una que llegara desde el
Cielo… Y ahí estaba, cayéndole justo
Encima de la terraza del localcito de
Varela que alquilaba al boliviano que
Se había vuelto a Santa Cruz. Se
Sintió el caer de esos pies pesados, el
Golpear de un cuerpo vivo que
Bregaba por sobrevivir, por encontrar
Una tierra que pisar… Era un Ángel
Desesperado o un demonio desterrado
El que caía sobre Eusebio Sandoval?
No lo supo sin antes recordar todos
Los acontecimientos que venían
Sucediéndose uno a uno esos
Últimos días, semanas quizás…
Recordó sus pecados (todos
Los tenemos, más él, que lucha
Contra los diablos!), sus tentaciones,
Y esas noches de lujuria vividas
Junto a la esposa del boliviano
Que se había quedado para terminar
De vender los muebles que restaban
Y así alcanzar a su marido allá
En su Bolivia natal. Recordó su
Traición al hombre que le había
Aumentado el alquiler en los
Últimos meses pero que lo había
Aceptado sin garante ni garantía
Más que ese Rolex que Eusebio
Trajera sin declarar del Paraguay
En su última cruzada santa cuando
Diera cuenta de un hijo guaraní
De Luzbel ahogándolo en las
Costas del Paraná, ahí frente a
Encarnación. No podía Eusebio
Ampararse en ello para disculparse
A sí mismo la incitación al adulterio
Que promoviera en las carnes de
Zulema: ese Rolex era trucho.
Tampoco olvidaba las palabras del
Dependiente de la verdulería que,
Al enterarse del hecho le dijera:
“Don Eusebio, esa mina es
Monja del Diome…” Terrible,
horrendo Descubrimiento; El
Cazadiablos Había sucumbido a
los influjos Maléficos antes descritos
de una de las hijas chollas de Satán,
ella toda Envuelta en satín y gritando
Como Un demonio bañada en una
Luz roja que no era otra que la
Del velador de su dormitorio
Que estaba cubierto por su enorme
Bombachón de encaje sintético.
“Amalaya” gritó Eusebio… “Esa
Mujer me engañó… Era Monja
Y ahora me hizo demonio; me
Engatusó con su carita de
Niña desesperada por la soledad
De esa canilla que gotea y que yo,
Tonto de mí, fui a repararle… Ahora
El Diablo viene a buscarme, está
Aquí, sobre mi techo esperando
Que asome para llevarme con él”
Fue entonces que Eusebio se
Miró en el espejito manchado
Que colgaba de la pared sucia de
La verdulería, en el que apenas
Podía verse de chiquito y destemplado,
Y entendió cuál era su destino…
“Pero cómo voy a tener miedo
Si soy un Cazadiablos diplomado!”
Se cuestionó, casi como pisando
Sobre la evidencia de su realidad.
“Voy a matar a ese Añá Membuy
O moriré en el intento canejo”, juró
Con la Biblia en la mano mientras
Trataba de encontrar un versículo
Que gritarle en la cara a ese Hijo de
Lucifer… Pero no lo encontró. Así
Y todo, decidido igual, se colgó
una ristra de ajos al cuello,
Se encomendó a todos los santos
Y hasta al Gauchito Gil… y abrió
la puertita que daba al fondo donde
la escalera se erguía eterna
Hacia el destino (según pensó
Eusebio en un arranque de poética
Boludez e última hora). “Ahora
vas a ver la cara De Dios…”, le
gritó a Eso para envalentonarse
Y saltó los cincuenta escalones de
A tres para llegar rápido hasta ese
Ser que lo esperaba… tirado y
Desmayado, todo envuelto en
Una roja tela brillante que le recordó
A Eusebio Pastor, por un instante,
La enagua de satín de la Zulema
Aquella fatídica noche en que
Sucumbiera a ella. “Sos peor
Que el Diablo che señor”, se enojó… Y
Ya alzaba el puñal, ese que lleva
En su cintura el Cazadiablos siempre
(sobre todo en las noches de bailanta)
Ya estaba por descargar la ira de Dios
Sobre el bulto inerte en la
Terraza cuando el mismo,
O algo debajo, se movió de pronto,
Quejido mediante… “Entregate
Lucifer, Luzbel, Satán, Satín o
Como te llames vos che…”
Ahhh..! Ahhh..! fue toda la dolorosa
respuesta Que recibió a tamaño
desafío. “Güeno, Ahhh te digo, si
querés… Me da lo Mismo; pero andá
llamándole a tu jefe Pa’decirle
que mañana no vas a trabajar”
Fue la sentencia final. Pero antes que
La santa daga, embadurnada de ajo
Y limón se clavara en el corazón del
Mismo demonio, una cabecita humana
Asomó, en forma de cofia de monja,
Acompañada por una rara cara nada
Angelical, y unas piernas peludas
Se dejaron ver también debajo de la
Roja tela del paracaídas. “Disculpe
Señor, puede llamar una ambulancia.
Gracias” fue lo que alcanzó a
Mascullar ese muchacho disfrazado
De monja que había errado el aterrizaje
Mientras participaba de un show
Solidario en el Club Varela. Difícil,
Muy difícil fue convencer a Eusebio de
Que esa no era una cruzada que
Él debía acabar dando esa puntada
Final sino que lo que se cruzó fueron
Los vientos que llevaron a ese pobre
Aprendiz de pajarón a caerle justo
Encima de la terraza al loco éste que
Ya venía siendo buscado por
La ley desde las tierras del guarán y
Que terminó encerrado gracias
A esa obsesión por las monjas y
La puta casualidad (no hablo de
Zulema, eh). Y por culpa, claro,
De esa maldición, de ese conjuro
Hecho mensaje pérfidamente dejado
entre ajos Y medianoches para
Hacerle pisar el palito. Quién, qué
Cazadiablos en su sano juicio
Iba a desestimar tal designio
Confundiéndolo con una simple
Lista de compras de fiambrería.
Quién?
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N del R (r de recolpilador):
Me veo en la obligación moral de
explicar el título de este relato
que yo mismo debí decidir dado
que el bueno del Boliviano sólo
ponía números a sus historias
y él sólo sabía contar hasta cien,
habiéndome relatado al menos
unas setecientas y tantas.
Esta historia, la número 666, fue elegida
por mí para continuar la saga de narraciones
demoníacas que el Mataletras cultivara durante
su período místico (aquél durante el cual bebiera
a diario una buena cantidad de Mistela). Aquí debo
señalar, si prudente, que el título mísmo se presta a
confusión (la misma de Eusuebio, el protagonista) si no
se conoce la raíz cultural del juego de palabras que da pie
al equívoco que terminará con el confinamiento por tiempo
indeterminado del Cazadiablos en una Colonia Psiquiátrica
(me aferro al prefijo "psi" como a mi propia vida, disculpen
la disgreción). Es habitual desde mucho tiempo atrás en
Argentina (y más acá en el tiempo en Francia) que los jóvenes
y no tanto inviertan las sílabas de un vocablo para hablar en clave,
lo que derivaría en costumbre popular (cuándo no!) por todos conocida.
A esto se lo llama "hablar al verre" -al revés- en porteño, o "verlan" -l'envers-
en francés de banlieu (alrededores de la gran ciudad). Es esto precisamente se
basa el equívoco de Eusebio, paraguayo él y nada al tanto de este hábito que, en
el relato, esta interpretado por el dependiente quién representa a las voces populares.
Monja del Diome no es otra cosa que "jamón de medio", en otras palabras: un manjar!
De allí que la lista de compras encontrada SÍ representa un mensaje para Eusebio, pero
no en el sentido que él lo interpreta. Así es la suerte de los perdedores (y de los inmigrantes).
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