12 de noviembre de 2009

El Hombre Plástico

Carlitos era una chico simple que había encarado una carrera universitaria después de lidiar con ese secundario que no quería rendirse pero que él, de tanto rendir materias, terminó por vencer (o casi) por cansancio. La cosa es que por más pública que sea la universidad, costos son costos… y que viaje, apuntes, cafecito, materiales… Hubo que buscarse un laburito, sin más. Algo de medio tiempo, como para poder estudiar (y vivir!) dado que el objetivo era ser “arquitecto” y ya hacía como dos años y medio que no pasaba del CBC (ciclo básico que, normalmente, no debería tomar más de una año). Un buen (o mal) día vio un aviso y se mandó: “Estudiante universitario se busca para tareas administrativas bla bla bla…”. Los requisitos eran mínimos, y sus diecinueve (casi veinte) abriles lo calificaban para casi todo: Esa es la edad que todo explotador pretende de un explotado (cuando se tiene poca experiencia es más facil que se se diga a todo que sí). Y ahí fue Carlitos con su CV casi vacío, pero con todas las ganas de ser parte del staff de Granger, Bolocks & Hankerchiefs Inc, una empresa de puta madre que se dedicaba a venderle pañuelos descartables a todas las otras empresas de puta madre que los pagaban fortuna con tal de no permitir que una pequeña empresita local se llevara el dinero que, claro, debe siempre quedar en manos de unos pocos “amigos” gordos. Y lo tomaron a Carlitos. Puesto: Cadete Raso; Sueldo: Básico + viáticos + tickets + promesas… Básico bah… Pero en blanco y con aportes. La familia, chocha! (él venía de una familia clase media baja con ansias capitalistas). El problema comienza cuando llegan los del banco. Hasta entonces Carlitos sabía para qué estaba ahí, en La Empresa, dejándose explotar. Era un pacto de caballeros: Él decía a todo que sí durante seis horas por día, cinco veces a la semana, y ellos le depositaban el sueldo que le salvaba las papas para seguir intentando ser algún día un arquitecto y no ya un explotado. Pero eso iba a llevar tiempo. La manzana de la tentación llegó de la mano de la palabra “banco”. Y es que, justamente, el sueldo se depositaba en una cuenta, la que era abierta al empleado “sin cargo” por obligaciones legales de la empresa; pero esta “cuenta” venía con algunos “beneficios” extra: Una tarjeta de débito (para poder extraer su dinero del banco, como es obvio aunque nuevo para Carlitos), y una “tarjeta de crédito”. Claro que Carlitos dijo sí a todo. Qué más podía hacer ante la palabra “gratis” o la frase “sin costo adicional”. Ahí empezó la debacle. Al principio Carlitos no daba crédito a todas esas promesas de una vida plástica y mejor, por eso o por falta de costumbre ni se acordaba de que contaba con un recurso maravilloso para gastar y gastar. Así vivió una par de meses hasta que su hermana le hizo la nefasta pregunta: “Vos tenés tarjeta de crédito, no?” Ese momento cambiaría para siempre la vida de Carlitos, la de su familia, la mía, la de ustedes y diría que todo el mismísimo universo (si adscribimos a la teoría de que todo pequeño cambio particular afecta al todo en general, una teoría muy pelotuda pero mágicamente en boga hoy por hoy). Porque Carlitos preguntó para qué, y la respuesta le abrió un abanico satánico de posibilidades que trastornarían su devenir. “Para financiar en cuotas un celu nuevo” fue la desgraciada respuesta de la desgraciada de su hermana, herramienta del Diablo para llevarse las almas más puras para el lado corrupto del capitalismo, de donde, como si el Infierno, jamás se vuelve. Ahí, en ese lapso de fraternal traición involuntaria, de ambición telefónica, se gestó el fin del sueño de Carlitos y el comienzo de la pesadilla de un hombre que dejaba de ser un chico para, por supuesto, sufrir (como todo aquel que deja de ser un chico para convertirse en un boludo responsable). Carlitos se dio cuenta que podía acceder a tantas cosas como el plástico se lo permitiera; era cuestión de saber financiar, prorratear, liquidar, etc… Así comenzó a acumular gastos. Primero fue ese simple celular (por dos había descuento así que se compró uno para él también, típico truco consumista en el que todos hemos caído alguna vez; pero cada uno venía con una línea a cien mangos por mes y bla bla bla). Después fue un LCD para la compu (tanto TP, tanto TP para la facu que la compu se merecía un monitor mejor, no?). Luego, el gran salto: Una motito para ir al laburo, a la facu y a todos lados. Un gran ahorro en monedas (imposibles de conseguir, alguien haga algo al respecto, por favor!) al ya no tener que pagar colectivos ni esperar que alguno se digne a pasar cuando se hacen las 12. Más tarde, el abono para el cable, internet banda ancha, boletos para un fin de semana en Chascomús, una plancha para mamá en su día (un hijo de puta el Carlitos, podría haberle regalado algo más lindo y menos trabajable). Y más adelante, unas salidas a comer mensuales, el telo (salía con una del trabajo y otra de la facu, dos pescados de mar perdidos en el río que no daban para andar mostrando… pero él pagaba todo). Y llegó el cochecito! (también financiado en cuotas). Para esto Carlitos ya tenía tres trabajos: Con una sola tarjeta no iba a alcanzarle para pagar todo lo que se quería comprar. La facu, nada. Cómo estudiar con tanto laburo! La fue dejando como a cada uno de los pescados que se le iban cruzando hasta que, al tiempo, se cruzó con María Sara (una chica buena y no tan fea que lo amaba) y con ella formaron una familia. Todo pagado a puro plasticazo: Desde el ramo con el que le pidió su mano hasta el remis que los llevó al hospital cuando el primer parto. Sin olvidar el taxi hasta el Registro Civil (no se casaron por iglesia porque ahí se paga cash… qué, no sabían que en las iglesias siempre cobran para casar?). Hoy, Carlitos es el típico Hombre-Plástico: Vive por y para las tarjetas. Nunca llega a cubrirlas y se desvive por llegar al día de vencimiento lo menos mal parado posible. Las tiene de todos colores y no hay un día que no lo llamen o no le llegue algún resumen de las que usa, de las que usó o de las que usará. Es así: El capitalismo sabe cómo hacer de un cadete un hombre exitoso. En ese sentido, todo esta pago. Y si no, se financia… Qué problema hay si tenemos plástico?