15 de septiembre de 2009

La Empanada Asesina

El caso había llegado a la opinión pública hambrienta de escándalo a través de la TV: Un voraz delincuente venía cocinando un número nada despreciable de crímenes que apetecían a más de un medio local y hasta nacional: Robos, atropellos, violaciones (de cajas de seguridad y de alguna vieja desprevenida con seguridad), atentados a la autoridad y resistencia a la servilidad lo definían como todo un adorable desquiciado; la clase de lacra que toda persona de bien de una sociedad como ésta desea ser. Lo que más desalentaba a los especialistas en seguridad era que lo único seguro en este caso era que seguro no lo atraparían. Ya llevaba varios meses la búsqueda del malviviente y ésta siempre era Infructuosa. Porque Infructuosa Rivera, la Responsable de Prensa de la Policía siempre aparecía repitiendo la misma triste historia: “Estamos cada vez más cerca de esclarecer el caso…” Una patraña tan despreciable como los crímenes de este personaje que la prensa diera en llamar “El Asesino del Espejo”, una exageración, el típico error mediático que no sirve como antecedente criminal pero siempre sirve para vender más. Porque si algo había de lo que este tipo fuera incapaz era de matar… Sin embargo la suerte (la mala) lo llevó a estar en el mal lugar en un mal momento: Cierta vez que entró a afanar a un viejito bastante bacán que coleccionaba pinturas caras, se encontró con que al viejo se le había caído un gran espejo encima, degollándolo en el acto; y es que el viejo de chicato que era, se ponía frente al espejo creyendo estar apreciando su autorretrato. Y un día que pasó un camión un tanto apurado por Avenida Madero el espejo se desprendió de la pared por la vibración, cayendo sobre el anciano como todo un símbolo de la pelotudez. Y es que el hombre tenía dinero como para ir a un oculista, operarse y hasta comprarse las mejores gafas del mercado, pero no tenía familia ni visión como para ver en su agenda el número del profesional en cuestión. Y así fue que cayó una buena noche nuestro asesino casual (digo “Cayó” porque entró por el Balcón, desprendiéndose como Hombre-Gato) y se encontró con ese cuadro: No el que quería afanarse sino con el cuadro del tipo tirado, un charco de sangre y el espejo destrozado con su marco enorme cuan collar de dinosaurio alrededor del cuello delgadísimo del anciano. “Pucha…” dijo nuestro antihéroe, con lo que me gustaba ese espejo, “…y bué.. Tendré que llevarme este Degas, el Tintoretto… Y también este Berni”, reflexionó desilusionado pero tranquilo, seguro de que lo importante no era tanto el valor de los objetos sino su tamaño. Después de todo, ese espejo era demasiado para andar bajándose por una soga. Aquél fue su último atraco vestido de civil y haciendo de Hombre-Gato, pero sería el que lo marcara para siempre y eso que después vendría lo mejor: Descubriría la manera más simple y perspicaz de entrar en las casas, en los corazones de la gente y así adueñarse de sus valores sin casi ser detectado de tan evidente que era su aspecto así, disfrazado de Empanada callejera. Y es que para él era una revancha: Había sido, alguna vez, una de esas empanadas que, disfrazado, repartía volantines y danzaba bajo el radiante sol de Enero en la peatonal de Mar del Plata… Ese año se había jurado que un día se vengaría de la humanidad y de su jefe… Y de todo aquél que amara La empanada! Y ahora había encontrado la manera más perfecta de realizar su Venganza: Todo amante de esa alimaña de comida de reunión barata en la que siempre los gustos se entremezclan y terminás comiéndote la que pidiera el otro, todo el que alguna vez llamara tarde para zafar la cena, esos le abrirían la puerta gustosos de recibir en sus casas a ese representante de la gula criolla, de ese pecado de la gastronomía. Y así, una vez despojados, ellos odiarán las empanadas… Y además dentro del traje cabía más de lo que un gran bolso permitiría. Y quién en su sano juicio revisaría a una empanada que va por la calle como si nada? Así era que sorteaba los más estrechos cercos que le imponían las fuerzas de la ley, que no por representar la ley eran, al fin, tan fuertes: Sucumbían, todos, al perfume atroz de una empanada frita. Y es que el falso asesino se prodigaba en impregnar sus ropas de empanada con las salpicaduras de fritura que actuaban a modo de hipnótica influencia a la hora de apersonarse ante quien fuere. Así seducía a víctimas y custodios, a gordos y muertos de hambre por igual. Pero, pero… siempre hay un Judas Vegetariano, un alguien que, fuera del mundo puede abstraerse de las seducciones banales y pensar sin que los sentidos se relaman ante una empanada humana. Y así fue que después de un trabajito en el Banco Provincia, Sucursal Berazategui, una dama de la División Perros (por no decir una perra que queda bastante feo) que cuidaba de la cuadra de la mano de su amo policía sospechó que esa empanada que salía caminando de ese banco olía más a billete de cien que a fritura en aceite viejo y de una mordida (vaya paradoja de la vida) dio cuenta del malviviente. Las crónicas del día siguiente no coincidían en determinar si el éxito acaso fue por el excelente entrenamiento de la sabueso, o si quizás la perra simplemente se quiso manducar una empanada al mejor estilo vigilante argentino.

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