2 de octubre de 2009

Las Cosas Tan En Serio

Mi problema siempre fue que me he tomado las cosas muy en serio. Tan en serio que hasta los chistes los he tenido que evaluar antes de saber si reírme o no. Y Es que vengo de una familia muy hippie, con un padre que se la pasaba diciendo “Qué onda, no?” todo el tiempo y entonces aprendí que si todo te chupa un soberano huevo, al fin terminás teniendo la vida de una tortilla, viste. Y yo siempre quise para mi vida otra cosa: nada de flores, cero naturaleza, poca droga y mucho, pero mucho trabajo. Es decir, que a mis viejos les salí fallado, lo que por mi parte era todo un éxito. Pero eso mismo que me salvó de ellos y su flower power se convirtió un día en un peso que me aplastaba; y es que me di cuenta que me quedaba afuera de un montón de cosas. No es que me faltaran cosas interesantes que hacer, pero eran siempre las cosas del trabajo; también tenía un montón de amigotes, pero caí en la cuenta que eran todos compañeros de trabajo y que de lo único que les hablaba yo era del trabajo y eso… las salidas nunca faltaron, eso sí; pero cuando íbamos al bowling yo siempre era el que contaba los puntos, juntaba los pinos, secaba las bolas… Y así cuando salíamos de bar: Yo terminaba juntado las copas caídas, alcanzándoles las jarras de cerveza hasta la barra, y si se hacía tarde, hasta he llegado a barrer una cantina de la Boca después de una Despedida de Solteros. En fin, un día una novia que tenía me dijo que me aflojara un poco porque yo (según ella) siempre estaba como muy contracturado… Me lo dijo y, con una amplia sonrisa, se subió al auto de un amigo para nunca más verlos a ninguno de los dos. Y bueno, si así es la vida de un trabajador, me dije como resignado. Pero un buen día todo cambió radicalmente: Me encontré en la calle con un amigo Radical que ahora trabajaba para el gobierno en un programa llamado PREPUCIO, que viene a ser el Programa Educativo Para Urgencias Con Individuos Ortivas… Me dijo que ellos estaban buscando alguien como yo para justificar los gastos que se morfaba ese programa. Mucho no le entendí, pero sí me quedó claro que me estaba ofreciendo una salida a mi frustración. Y entonces acepté sin pensar; era la primera vez que me abismaba a hacer algo, a encarar un cambio sin reflexionarlo. Entregué, me entregué, a los brazos de mi amigo radical arrepentido como si yo mismo reconociera en su arrepentimiento el mío, este de ser lo que era (al menos eso me dijo mi psicólogo y yo, que querés que te diga…). Así fue que me acerqué hasta las dependencias del PREPUCIO, donde me realizaron un chequeo y me diagnosticaron Neurosis Ortiva en grado 8; parece que el mío era un caso para tratar.. Y tratar… y tratar. Y ellos trataron nomás! Lo primero que tuve que aceptar fue la medicación: Un par de porros por día que me iban a relajar y eso me ayudaría a dejar atrás esa obsesión por controlar que me terminaba poniendo en cuatro para limpiar, juntar las cosas caídas, lavar la vajilla en los restaurantes a donde iba… En fin, una terapia no es completa si no se la encara con seriedad. Así que empecé a fumar De esa porquería y, la verdad, la cosa empezó a funcionar. Después vino el Segundo Paso: me cambiaron los hábitos: empecé a vender flores de papel en la estación Guaymallén del tren que va para el norte todos los sábados y domingos; eso, según mi Tutor del programa, me daría una nueva dimensión de lo que puede ser la vida. Me hacían chamullar como loco porque las florcitas esas eran tan poca cosa que era imposible venderlas, si ni se veían de tan chicas las porquerías. Y entonces me fui animando, salí de ese pozo en que me enterraba solo para encarar esa parte de mí que estaba latente, dormida, drogada por tanta responsabilidad, que no es otra cosa que una manera muy escondida de zafar de la felicidad. Y de tanto ser feliz vendiendo flores de papel, me pasaron a la Tercera Etapa: Dejé todo, Buenos Aires misma,´ para mudarme a San Marcos, pueblo de amigos descontracturados, aldea de seres irresponsables que gozan la vida sin más… Y donde mis florcitas (las que dan los del PREPUCIO) se venden como pan caliente, sobre todo cuando vienen los turistas que, como hormigas ciegas compran cualquier porquería sin preguntar para qué sirve, quién la hizo ni cuánto cuesta. Al final, tanto odio a mis padres me estaba haciendo mal: ahora soy hippie como ellos, pero peor, porque soy un hippie mantenido por el sistema que ellos aborrecían! Y qué querés que te diga… Yo me siento de diez, loco; acá en la feria, con mis colegas… Que onda no?, diría mi viejo. “A la flor, florcitaaa…”

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