6 de marzo de 2009

El Caso de la Monja del Diome

Eusebio Pastor Sandoval era Cazador de diablos profesional. Según ese sospechado título Que supiera enarbolar en Cuanta oportunidad tuviera, él (Este paraguayo cara de susto con Dotes de exorcista y mañas faranduleras) Era el encargado de Dios de Perseguir a los hijos de Satán. Así Iba por la vida, encubierto como Verdulero de barrio para dar de Este modo Con aquellos seres endemoniados Que como todos sabemos suelen Tomar la forma de amas de casa Con changuito de mercado a Rastras. En eso estaba Eusebio El Cazadiablos digo, vendiendo Limones y cebollas, cuando De entre los billetes sucios por La tierra de las papas y unos ajos Que hacían de monedas de vuelto (dada La escasez permanente de ellas) vió Asomar un papelito manuscrito que, Como todo buen cazador de diablos Sabe, no era otra cosa que una señal. La señal que Eusebio esperaba. Tres palabras y tres Números de 3 cifras cada uno. 16 letras Divididas en 2 series de 5 y una de 6, con los números Separándolas y sólo los números, sin Comas ni puntos ni otros signos: “Jamón 150 Queso 100 Batata 250” Inmediatamente, casi como poseído (es Sabido que somos lo que hacemos y Que los gajes de todo oficio nos Impregnan con sus influjos maléficos) Bajó la persiana de la verdulería, echó Sin muchos modales ni paciencia A las dos viejas que quedaban dentro y Se sentó a rezar, cada vez con más Frenesí, buscando desesperadamente La respuesta; una que llegara desde el Cielo… Y ahí estaba, cayéndole justo Encima de la terraza del localcito de Varela que alquilaba al boliviano que Se había vuelto a Santa Cruz. Se Sintió el caer de esos pies pesados, el Golpear de un cuerpo vivo que Bregaba por sobrevivir, por encontrar Una tierra que pisar… Era un Ángel Desesperado o un demonio desterrado El que caía sobre Eusebio Sandoval? No lo supo sin antes recordar todos Los acontecimientos que venían Sucediéndose uno a uno esos Últimos días, semanas quizás… Recordó sus pecados (todos Los tenemos, más él, que lucha Contra los diablos!), sus tentaciones, Y esas noches de lujuria vividas Junto a la esposa del boliviano Que se había quedado para terminar De vender los muebles que restaban Y así alcanzar a su marido allá En su Bolivia natal. Recordó su Traición al hombre que le había Aumentado el alquiler en los Últimos meses pero que lo había Aceptado sin garante ni garantía Más que ese Rolex que Eusebio Trajera sin declarar del Paraguay En su última cruzada santa cuando Diera cuenta de un hijo guaraní De Luzbel ahogándolo en las Costas del Paraná, ahí frente a Encarnación. No podía Eusebio Ampararse en ello para disculparse A sí mismo la incitación al adulterio Que promoviera en las carnes de Zulema: ese Rolex era trucho. Tampoco olvidaba las palabras del Dependiente de la verdulería que, Al enterarse del hecho le dijera: “Don Eusebio, esa mina es Monja del Diome…” Terrible, horrendo Descubrimiento; El Cazadiablos Había sucumbido a los influjos Maléficos antes descritos de una de las hijas chollas de Satán, ella toda Envuelta en satín y gritando Como Un demonio bañada en una Luz roja que no era otra que la Del velador de su dormitorio Que estaba cubierto por su enorme Bombachón de encaje sintético. “Amalaya” gritó Eusebio… “Esa Mujer me engañó… Era Monja Y ahora me hizo demonio; me Engatusó con su carita de Niña desesperada por la soledad De esa canilla que gotea y que yo, Tonto de mí, fui a repararle… Ahora El Diablo viene a buscarme, está Aquí, sobre mi techo esperando Que asome para llevarme con él” Fue entonces que Eusebio se Miró en el espejito manchado Que colgaba de la pared sucia de La verdulería, en el que apenas Podía verse de chiquito y destemplado, Y entendió cuál era su destino… “Pero cómo voy a tener miedo Si soy un Cazadiablos diplomado!” Se cuestionó, casi como pisando Sobre la evidencia de su realidad. “Voy a matar a ese Añá Membuy O moriré en el intento canejo”, juró Con la Biblia en la mano mientras Trataba de encontrar un versículo Que gritarle en la cara a ese Hijo de Lucifer… Pero no lo encontró. Así Y todo, decidido igual, se colgó una ristra de ajos al cuello, Se encomendó a todos los santos Y hasta al Gauchito Gil… y abrió la puertita que daba al fondo donde la escalera se erguía eterna Hacia el destino (según pensó Eusebio en un arranque de poética Boludez e última hora). “Ahora vas a ver la cara De Dios…”, le gritó a Eso para envalentonarse Y saltó los cincuenta escalones de A tres para llegar rápido hasta ese Ser que lo esperaba… tirado y Desmayado, todo envuelto en Una roja tela brillante que le recordó A Eusebio Pastor, por un instante, La enagua de satín de la Zulema Aquella fatídica noche en que Sucumbiera a ella. “Sos peor Que el Diablo che señor”, se enojó… Y Ya alzaba el puñal, ese que lleva En su cintura el Cazadiablos siempre (sobre todo en las noches de bailanta) Ya estaba por descargar la ira de Dios Sobre el bulto inerte en la Terraza cuando el mismo, O algo debajo, se movió de pronto, Quejido mediante… “Entregate Lucifer, Luzbel, Satán, Satín o Como te llames vos che…” Ahhh..! Ahhh..! fue toda la dolorosa respuesta Que recibió a tamaño desafío. “Güeno, Ahhh te digo, si querés… Me da lo Mismo; pero andá llamándole a tu jefe Pa’decirle que mañana no vas a trabajar” Fue la sentencia final. Pero antes que La santa daga, embadurnada de ajo Y limón se clavara en el corazón del Mismo demonio, una cabecita humana Asomó, en forma de cofia de monja, Acompañada por una rara cara nada Angelical, y unas piernas peludas Se dejaron ver también debajo de la Roja tela del paracaídas. “Disculpe Señor, puede llamar una ambulancia. Gracias” fue lo que alcanzó a Mascullar ese muchacho disfrazado De monja que había errado el aterrizaje Mientras participaba de un show Solidario en el Club Varela. Difícil, Muy difícil fue convencer a Eusebio de Que esa no era una cruzada que Él debía acabar dando esa puntada Final sino que lo que se cruzó fueron Los vientos que llevaron a ese pobre Aprendiz de pajarón a caerle justo Encima de la terraza al loco éste que Ya venía siendo buscado por La ley desde las tierras del guarán y Que terminó encerrado gracias A esa obsesión por las monjas y La puta casualidad (no hablo de Zulema, eh). Y por culpa, claro, De esa maldición, de ese conjuro Hecho mensaje pérfidamente dejado entre ajos Y medianoches para Hacerle pisar el palito. Quién, qué Cazadiablos en su sano juicio Iba a desestimar tal designio Confundiéndolo con una simple Lista de compras de fiambrería. Quién? * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * N del R (r de recolpilador): Me veo en la obligación moral de explicar el título de este relato que yo mismo debí decidir dado que el bueno del Boliviano sólo ponía números a sus historias y él sólo sabía contar hasta cien, habiéndome relatado al menos unas setecientas y tantas. Esta historia, la número 666, fue elegida por mí para continuar la saga de narraciones demoníacas que el Mataletras cultivara durante su período místico (aquél durante el cual bebiera a diario una buena cantidad de Mistela). Aquí debo señalar, si prudente, que el título mísmo se presta a confusión (la misma de Eusuebio, el protagonista) si no se conoce la raíz cultural del juego de palabras que da pie al equívoco que terminará con el confinamiento por tiempo indeterminado del Cazadiablos en una Colonia Psiquiátrica (me aferro al prefijo "psi" como a mi propia vida, disculpen la disgreción). Es habitual desde mucho tiempo atrás en Argentina (y más acá en el tiempo en Francia) que los jóvenes y no tanto inviertan las sílabas de un vocablo para hablar en clave, lo que derivaría en costumbre popular (cuándo no!) por todos conocida. A esto se lo llama "hablar al verre" -al revés- en porteño, o "verlan" -l'envers- en francés de banlieu (alrededores de la gran ciudad). Es esto precisamente se basa el equívoco de Eusebio, paraguayo él y nada al tanto de este hábito que, en el relato, esta interpretado por el dependiente quién representa a las voces populares. Monja del Diome no es otra cosa que "jamón de medio", en otras palabras: un manjar! De allí que la lista de compras encontrada SÍ representa un mensaje para Eusebio, pero no en el sentido que él lo interpreta. Así es la suerte de los perdedores (y de los inmigrantes).

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